El patrimonio intangible e inmaterial de los pueblos
En la primera parte de este artículo se explica la
importancia de conocer y guardar la memoria histórica como patrimonio
inmaterial de los pueblos de nuestra comarca tal como son los relatos de sus
gentes y comencé con una de las historias que el
relleuero Hernando Seguí narra sobre algunos de sus recuerdos sobre la vida
dominical en los años 50 del pasado siglo en su pueblo. Relleu.
Sigue esa narración con el relato de otra vivencia en el Cine Buenos Aires.
Edificio del cine Buenos Aires de Relleu en la actualidad
“Los domingos de Relleu, años 50”
2ª parte
2ª parte
A la salida del cine, mi madre se reunía con su amiga María
el Curro, aún recuerdo un abriguito de
piel de conejo que me ponían en invierno, porque Luisito el hijo de María
llevaba el mismo. El cine tenía tres niveles; el patio de butacas que llamaban
”platea”, el “palco” que estaba en el piso superior, y al fondo del palco
estaba el “gallinero”, que era una especie de tarima con cinco o seis bancadas
que más bien parecían una escalinata donde se amontonaban los “maseros”. María
el Curro se instalaba en la platea, pero allí mi madre no podía dominarme, teníamos que ir al palco y
nos poníamos en la primera fila justo delante de la balaustrada donde teníamos siempre
el sitio reservado por un pacto mudo entre vecinos. Allí estábamos todos los
domingos y fiestas de guardar, mis padres y mis dos tías más jóvenes, Paz y
Tonica. Mis padres ocupaban las dos butacas del centro y mis tías, una a cada
lado de la pareja. Apoyaban los pies sobre el paredón de la balaustrada para
que yo no pudiera escapar, improvisando así
una especie de parque en el interior del cual hacía mis diabluras.
Cuando ya me veía cansado, mi madre
me sentaba en la barandilla de cara a la pantalla. Exceptuando algún episodio
como el que he contado al principio, los espectadores permanecían atentos a la
película y solo se oía algún comentario durante la proyección del NO.DO y una explosión de júbilo cuando en el
reportaje marcaba el Real Madrid con prolongados alaridos de “goooooool” como si alguno acabara de
salvar la vida y eso que la jugada que aclamaban debía haberse producido un año
antes como poco.Los de la platea se habían acostumbrado a que me manifestara
dejando caer una botita o a veces las dos, el caso se resolvía con rapidez,
avisaban a mi madre, “Elisaaaaa” y
mandaban las botitas otra vez para arriba. Pero se ve que ya de pequeño no sabía
resistir a la tentación de innovar y como en alguna otra ocasión a lo largo de
mi vida, ello llegó a cambiarme la vida.
Debió picarme la curiosidad por saber cómo reaccionaría la gente si les
hacia pis encima y no perdí mucho tiempo dudando. Desde la platea llegó la
voz extrañada de una joven haciendo un comentario,
seguramente preguntando lo que estaba ocurriendo al percatarse que el chorrito
era continuo, enseguida comprendió. Salió disparada sin dejar tiempo a que los
que le obstruían el paso retractaran las rodillas; como no daba explicaciones,
los que habían sido atropellados y los que iban a serlo se levantaron y emprendieron
la huida. Empezaron los gritos propios de las chiquillas, a los que siguieron
los chillidos alarmados que procedían prácticamente de todas partes. La
totalidad de los espectadores buscaba atropelladamente la salida. Se abrieron
tres puertas de gran tamaño que daban a la terraza que estaba al aire libre y
la platea quedó vacía. Lo mismo ocurrió
con el palco y el gallinero. Finalmente solo quedamos en el interior del cine
mis padres, mis tías y yo.
Vestíbulo del cine. httpabandonalia.blogspot.com.es201109cine-de-pueblo abandonado.html
Mi madre lloraba, yo también porque
me había hecho daño con las uñas al meterme apresuradamente el pitito en el
calzoncillo. Mi padre echaba pestes con los dientes apretados, no podía
entender lo que decía pero llegó a inquietarme. Habían parado la proyección y
como todas las luces estaban encendidas se veía como a pleno sol. Mis tías
perdían la respiración presas de una risa no exenta de nervios y la gente que nos
observaba desde fuera iban haciéndose
cargo de los acontecimientos. Sabedores de lo ocurrido,
el público regresó relajado a sus butacas. En mi pueblo la gente es aficionada
a la épica, a los críos ñoños que
escapan lo justo a la autoridad
de la madre los llaman moscas cojoneras, pero los que la lían parda son
considerados como sujetos prometedores y se ganan las simpatías. La gente me
sonreía e intercambiaba bromas con mi madre, hasta que vi llegar a “El Carajo” que se abría paso hacia nosotros,
parecía que venía nadando. Dominó su enfado para hablar con mis padres;
recuerdo a mi madre excusándose con una voz llorosa. _” ¡Ay! Gregorio qué compromiso”. Luego oí que el dueño del cine decía _”Mientras lo tengas así de asilvestrado,
mejor será que lo dejes en casa”.
Aquel fue el último domingo que
estuve en el cine antes de que emigráramos a Argelia. La película que habían
proyectado se titulaba “El camarada”. Lo sé porque para mi amigo Visent el Garrut que tiene 9 años más que yo, aquella
película iba a ser inolvidable, ¡era la primera vez que iba al cine!
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