No sé a qué hora teníamos que estar desayunando pero sobre
las 6 de la mañana me asomé por la ventana de cristales empañados y pude
distinguir una gran montaña con su pico totalmente iluminado por el sol. Algo
de nieve había en su cima que le daba un aire majestuoso. ¡Qué preciosidad!
Desde que salimos de Lukla, al levantar la cabeza siempre
veíamos que estábamos rodeados de varias montañas que alcanzaban los 6000
metros.
Durante el desayuno me di cuenta de que tenía como un nudo en
la boca del estómago que hacía que no pudiera engullir nada sólido. Sabiendo
que lo necesitaba, hice un esfuerzo para poder comer las dos tostadas con
mantequilla pero solo pude con una y a base de sorbos de café con leche.
Salimos a la pequeña terraza junto a la única calle del
pueblo y de pronto me vino a la cabeza que el día anterior cuando estuvimos
dando un paseo por el pueblo, llegamos a otro puente colgante donde estuvimos
haciéndonos alguna fotografía. ¡Dios mío, el puente! ¿Cómo lo voy a pasar? Mi
mente solo pensaba en ese maldito puente.
Puente de Phakding
Creo que mis peores momentos de toda la expedición fueron
cuatro y por este orden: 1º cruzar los puentes colgantes. 2º la subida en
vertical que realizamos como aclimatación, desde Namche Bazar al hotel japonés
Everest View. 3º la bajada por el glacial tras subir al Cho La Pass y 4º el
despegue del pequeño avión que nos trasladó a Lukla.
¡En marcha! En pocos minutos estábamos ante el puente. Llamé
a tres de mis compañeras y les dije a dos de ellas se pusieran juntas delante
de mí y yo pondría mis manos en sus hombros y la tercera se puso detrás
cogiéndome uno de mis hombros. De esa forma yo solo veía la parte del puente
sujeta en la otra orilla del barranco o rio ya que miraba por encima de sus
hombros y por detrás me sentía protegido. ¡Perfecto! Lo pasé hablando con ellas
y casi no me di cuenta.
Llegamos a la entrada de Parque Nacional de Sagarmatha y
parada obligatoria para enseñar de nuevo la tarjeta de registro y la
autorización para acceder a dicho parque.
Entrada al Parque Nacional de Sagarmatha
Tarjeta de registro y autorización para entrar al Parque Nacional
Continuamos el camino y ¡otro puente! Y este parece más
largo. Valor y a realizar la misma jugada que en el anterior. Aunque daba la
impresión que en este había más tránsito, no solo de porteadores, sino de
reatas de yaks y de mulos. “Un momento, chicas” –dije- Me di cuenta de que en
dirección contraria venían tres o cuatro yaks y no me hubiera gustado
encontrarme con ellos suspendido en medio del puente. Esos animales suelen ser
muy mansos y en cuanto te ven delante se paran, pero para que continúen te
tienes que apartar y el ancho del puente podría medir unos 130 o 140 cm. y
apartarte significaba tirarte encima del cable que sujeta uno de los flancos
¡Madre mía, que miedo!
Yaks cruzando uno de los puentes colgantes
Esperamos a que pasaran los yaks e inmediatamente nos
lanzamos a atravesar la temida pasarela, que era transitada al mismo tiempo por
otros caminantes.
Entre magníficos paisajes cruzamos dos o tres puentes
colgantes más, aunque parecía que a mí ya no me importaban, pero… llegamos a un
lugar de ensueño donde se divisaba una imagen que la película “Everest” plasmó.
Los dos puentes colgantes juntos. Uno encima del otro. Verdaderamente de
película, una preciosidad ante nuestros
ojos.
Llegamos ante el más largo y de más altitud. Imponía. De
nuevo llamé a las compañeras. Me di cuenta de que soplaba un poco de viento y
el puente se balanceaba. Creí que lo había superado, pero no. La mayoría de
compañeros y guías ya estaban en el otro lado. ¡Valor Paco! –me dije- “Chicas,
vamos allá” Comenzamos a caminar sobre el suelo metálico y los pasos eran más
cortos que en otras ocasiones. Se me hacía interminable. Llegamos al centro y
parecía que estaba sobre los caballitos de feria. Se movía más que la cola de
un perro contento. Yo miraba hacia arriba, al infinito. ¡Qué angustia, señor!
¡Por fin! No sé cuanto tardamos pero los segundos me perecieron horas. Me
abracé a mis compañeras ¡Conseguido!
Ya quedaba poco para llegar a nuestro destino del día pero lo
que ignoraba es que aún nos quedaba el tramo más difícil.
Comenzamos una ascensión que no acababa nunca. Un camino o
senda o quizás mejor un pedregal, haciendo eses continuas y siempre hacia
arriba. Unos 700 m. en vertical con un solo lugar de descanso hacia la mitad
del tramo, en ese lugar había una señora vendiendo manzanas y agua y una joven
sentada ante la puerta de una pequeña garita de madera que era una letrina.
Tres minutos de descanso, un trago de agua y vuelta al
sendero pedregoso y empinado. Después de una hora y media de resoplidos,
llegamos a un recodo. Nos juntamos todos para la foto ya que desde allí se
divisaba Namche Bazar, nuestra meta del día a 3440 metros de altitud.
Namche, “La puerta del cielo”. Un pueblo grande comparado con
los que hay por los alrededores, pero como todos, en la ladera de una montaña,
por lo que siempre hay que subir. Llegamos a nuestro refugio y después de
instalarnos, le canté una canción tradicional valenciana a una viejecita que
estaba en la calle y que no paraba de mirarme con cara de asombro, sorpresa o
estupefacción, no sé, pero lo cierto es que me miraba con rareza. Creo que es
normal. Después ducha pagada pero calentita y al comedor con la estufa
encendida y alimentada con excrementos secos de yak y partida de “sexillo” (no
tiene nada que ver con sexo).
A las 7 de la tarde allí ya ha oscurecido. Sobre las 9 es
noche total y casi todos están durmiendo. Así que a la cama y hasta mañana
temprano que nos veremos en el desayuno.