Segundo día y primero de
expedición.
Desayuno a las 7,30 y
salida en la misma “tartana” del día anterior hacia el aeropuerto doméstico de
Katmandú. Antes de salir nos recomiendan que dejemos en el hotel todas las
cosas que no van a ser imprescindibles, porque debido al tipo de avión, no
dejan facturar más de 12 kg. ¡Madre mía! ¿Cómo será ese avión?
Llegamos al aeropuerto
“acongojados” por la forma de conducir de los nepalíes. Entramos en la sala de facturación. Una
especie de cobertizo parecido a un mercadillo cubierto en el que se podían ver
toda clase de mercancías, desde vigas de madera hasta sacos de cebollas (ahora
lo comprendo, porque nuestro destino era Lukla, puerta de cualquier ruta hacia
el campamento base del Everest y hasta allí solo se puede acceder en avión o
helicóptero).
Fotografía de Reinhard Kraasch
Nos llevaron por la pista
a una zona de pequeños aviones. Embarcamos en una “lata de sardinas”, teniendo
que ir agachados para poder acceder a los asientos que me parece que eran un
total de 15 o 16. El acceso a la cabina de pilotos era abierto, por lo que
podíamos ver todas las maniobras que allí se hacían y uno de los asientos era para la azafata que se
sentaba en la última butaca.
Motores en marcha. ¡Que
Dios nos coja confesados! Allí vibraba todo, parecía que los tornillos se iban
a salir de un momento a otro. Uno detrás de otro (parecía una procesión de
avioncitos) aguardaban su turno junto a la pista principal. ¡Allá vamos! ¡Y con
niebla! Con la fuerza que hice con los pies seguro que faltó poco para hacer un agujero en el fuselaje y no digo de la que hice en el asiento delantero que me cogí a él como si eso me fuera a salvar la vida.
Interior del avión
Después de media hora y
unos 140 Km., miré por la ventanilla y vi que íbamos junto a una gran montaña y aunque por más que doblara la cabeza para mirar hacia arriba, no conseguí
ver su cima. Pero si pude ver por la parte delantera del avión la pista en la
cual aterrizamos. Empezaba en un precipicio y continuaba siendo una pendiente
hacia arriba. El aparato tomó tierra y continuó por la corta pista hasta dar la
impresión que chocábamos contra la pared final, pero no, unos 25 metros antes
dio un brusco giro a la derecha y nos encontramos en una especie de
aparcamiento. En ese momento las 13 personas que íbamos como pasajeros rompimos
en un sonoro aplauso. Estábamos en Lukla a 2860 m. de altitud.
Lukla y su aeropuerto
Un programa titulado “Los
aeropuertos más extremos” fue emitido en el Canal de Historia en 2010,
calificando a este aeropuerto como el más peligroso del mundo. Los factores que
hacen que el "aeropuerto de Lukla" sea considerado el más peligroso
del mundo son:
- Estar rodeado de montañas
- La longitud de la pista (solo 450 metros)
- La pista tiene pendiente
- La presencia de un muro al final de la pista, lo que hace que los aterrizajes sean muy arriesgados.
- La presencia de un acantilado al principio de la pista
- Estar situado a mucha altitud, lo que hace que les llegue menos oxígeno a los motores y tengan menos aceleración.
Recogida de equipajes y una visión triste y
penosa. Por la parte exterior de la oxidada malla metálica que impedía el paso
a la zona, las caras de decenas de sherpas se apretujaban contra ella en espera
de que alguien les diera un trabajo de porteador. Un soldado armado guardaba la
machacada y corroída puerta de la misma valla.
Salimos del aeropuerto y caminando por la única
calle de Lukla nos dirigimos al establecimiento donde nos esperaban los que
durante la aventura iban a ser nuestros compañeros, los sherpas, los guías y el
eslabón más importante, el jefe de la expedición que afortunadamente para
nosotros hablaba algo de español.
Preparamos los bastones, comprobamos las mochilas
individuales, nos aprovisionamos de agua y… ¿qué me pongo en la cabeza? Se me
olvidó la gorra. Pero no pasa nada, en cualquier lugar que haya una casa, hay
una tienda, y allí mismo habían muchas. Gorra comprada. Nos quedamos asombrados
cuando vimos que nuestros jóvenes porteadores hacían un paquete con las maletas
de tres de nosotros y se las echaban a las espaldas sujetas por una cuerda que
se la pasaban por la frente con una especie de trapo. ¡Madre mía! Si apenas
miden 1,60 y pesan 50 kg. Son como las hormigas, llevan más peso que el suyo
propio.
Porteador sherpa
Porteador sherpa
¡En marcha! Comenzamos el trekking.
Teníamos por delante unos
9 km. Y unas 4 horas de camino y lo curioso es que comenzamos en Lukla a 2840 m
de altitud e íbamos a finalizar la etapa
en Phakding que se encuentra a 2610 m. Parecía fácil pero no fue así ya que las
subidas y bajadas eran continuas y alguna muy pesada. La primera parada fue en
un puesto de policía para presentar nuestro permiso para poder acceder al
Parque Nacional de Samargatha además de la tarjeta de control de trekkers, el
guarda anotó en una libreta y ¡paso libre!
Los paisajes son toda una
maravilla, mucho bosque, agua corriendo por riachuelos, paso por pequeñas
aldeas y en sus entradas las famosas piedras con sus letras en relieve y los no
menos fascinantes rodillos a los que hay que hacer rodar siempre en la
dirección de las agujas de un reloj.
Ruedas de plegaria escritas con el mantra om mani
De pronto aparece un
puente colgante. ¿Lo podré cruzar? A pesar de que tengo vértigo lo voy a
intentar. Alguno de mis compañeros ya se encuentra en la otra parte. ¡Valor
Paco! ¡Allá voy! Comienzo bien pero a medida de que me acerco al centro me
da la impresión de que estoy quedándome paralizado. Intento no mirar hacia abajo.
El miedo empieza a llegar a mi mente. Hay más personas que están cruzando en
los dos sentidos y el puente se mueve demasiado. ¡Qué angustia! Alargo los
pasos mirando hacia el frente. Se me está haciendo interminable. Cuando quedan
unos 10 metros, la altura ya no es la misma y al darme cuenta sonrío y se me
pasó todo. Ya he llegado a la otra parte ¡Qué mal lo he pasado!
Pregunto al organizador
si hay más puentes colgantes que cruzar y me responde: “seis o siete más”. Me
quedé de piedra. “No podré cruzarlos”-Me dije- Ya veremos más adelante cómo me
las ingenié.
Nos cruzábamos
constantemente con porteadores que subían y bajaban, con reatas de mulos
cargados con mercancías o enseres y con algunos yaks también cargados a las
órdenes de sus dueños.
Por fin llegamos a
Phakding. Nuestros sherpas ya hacía rato que lo habían hecho. Nos distribuyeron
en las habitaciones y elegimos el menú para la cena. Aún nos dio tiempo de dar
una vuelta por el poblado.
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