El toque de diana fue a las tres y media de la madrugada, ya
que la jornada era la más larga e intensa de todas. Desayuno y a la marcha.
Poco más de las cuatro señalaba el reloj cuando con las linternas en la frente
emprendimos el camino en fila india. Frio intenso y abrigados con todas las
prendas disponibles, comenzamos la subida de lo que sería para mí el punto más
alto que pude alcanzar.
Si desde que salimos de Dragnag íbamos pisando una ligera y
fina capa de nieve, a medida que ascendíamos se convertía en más cuantiosa. La
claridad del día comenzaba a presentarse ante nosotros y comenzamos a apagar
las linternas de los frontales.
Un descanso antes de llegar al Cho La Pass
Después de una fuerte subida llegamos a un collado (5.000 m.)
desde el que podíamos ver el Cho La Pass, lugar a donde nos dirigíamos.
Continuamos subiendo unas tres horas, hasta que llegamos a una zona completamente
cubierta por la nieve por la que teníamos que comenzar otra encaramada subida
entre las nevadas y heladas rocas que apenas se veían.
Un pequeño descanso entre la nieve
Nuestros sherpas se
distinguían en la ruta a una considerable altura y con un guía abriéndonos paso
iniciamos el escarpado ascenso con la indicación de pisar en el mismo lugar de
las pisadas que nos antecedían, el inconveniente era que al ir pisando en la
misma zona, la nieve prensada se convertía en hielo y el peligro de resbalones
aumentó.
Hacia el Cho La Pass
La precaución se hizo
más acentuada y la fatiga y el
agotamiento comenzaron a aparecer. Se me hacía interminable la trepada por ese
desnivel tan erguido.
No sé el tiempo que duró la ascensión al collado del Cho La
Pass pero, aunque exhausto, llegué, y después de unos minutos de resoplidos y
profunda respiración recobré un poco las fuerzas y levanté la cabeza para mirar
a mí alrededor.
En el Cho La Pass
Las panorámicas allí son excepcionales. No solo del glaciar
que aparecía a nuestros pies y los lugares de las montañas que lo circundan en
los que la nieve y el hielo lo surten. También se observan el Cho Oyu y otros
varios montes que superan los 7.000 m.
Pasamos por el interior de ese glaciar
Por lo que a mí respecta, había llegado al punto más alto de
mi aventura nepalí, 5.420 m. de altura sobre el nivel del mar.
El grupo se veía feliz, se hacían fotografías, cantaban, nos
felicitamos con abrazos y algunas se liaban un pitillo para aplacar el “mono”.
Cinco vileros a 5420 m. de altura
Asombroso y deslumbrante el glaciar que hay en la parte del
collado de Cho La Pass que da al valle de Lobuche.
Para continuar nuestro camino se hizo imprescindible caminar
por dentro del glaciar, y si el de Ngozumba era en su mayor parte de piedras,
rocas y arena, éste era todo hielo con grietas y agujeros o pequeños lagos con
agua y témpanos de hielo. Se percibía peligroso.
Zona de hielo por la que cruzamos
Pero nuestros sherpas y guías eran buenos y conocían muy bien
la zona y el terreno que pisaban. Nos indicaron lo mismo que cuando iniciamos
la subida al Cho La Pass, pisar todos en las huellas que ellos iban dejando.
Así lo hicimos y no por ello pudimos evitar algún que otro resbalón, pero la
precaución era máxima y poco a poco pudimos atravesar toda la zona helada del
glaciar Gaunara hasta llegar a un terreno sin hielo ni nieve y desde allí
(salvando un difícil tramo de grandes rocas donde Joan tuvo que deslizarse con
sus posaderas por una inclinada de unos 5 o 6 metros) a una senda que nos
condujo al refugio de Dzonglha.
Uno de nuestros sherpas bajando al glaciar de Dzonglha
Habían pasado unas ocho horas desde que comenzamos la jornada
y la parada en Dzonglha era para comer y posteriormente continuar la marcha
hasta llegar a Lobuche para pernoctar. Eso significaban tres y media o cuatro
horas más de camino. He comenzado esta narración diciendo que sería la jornada
más larga e intensa. Cerca de doce horas para llegar de un punto a otro.
Me planté. No pude continuar. No quise comer (habitual en los
ocho días anteriores). Solo quería dormir. Intentaron convencerme de que
siguiera hasta Lobuche, pero me era imposible, estaba agotado, sin fuerzas. Me
dijeron que los sherpas ya habían salido hacia el albergue donde teníamos que
dormir y por tanto mis enseres con el saco de dormir iban con ellos. “Me da
igual” –Les dije- que me den mantas que me voy a dormir ahora mismo y mañana
seguiré hasta Lobuche.
Así fue, me dieron tres colchas y me metí en la cama diciendo
que no me llamaran hasta el día siguiente. La cabeza me daba vueltas y al igual
que en los anteriores días continuaba sin poder dormir. Cuando terminaron de
comer, el grupo continuó su marcha hasta el destino final del día, aunque yo no
me enteré, estaba como flotando, sin ideas, sin pensamientos.
Albergue de Dzonglha
No sé qué hora sería, pero deberían de ser al rededor de las seis de la tarde, ya que
tocaron a la puerta y al mirar por la cristalera de la ventana vi que estaba
oscureciendo. Volvieron a tocar a la puerta, “Paco, Paco” –oí tras la puerta-
“Qué pasa” –dije- “Cenar” –contestó- Me pareció la voz de uno de los sherpas,
pero solo le dije “No quiero cenar” ”Despiértame mañana por la mañana”.
Avanzada la noche me levanté para orinar y deambulé por un
par de pasillos sin saber dónde estaba y después de vagar por allí y de abrir
alguna puerta, me encontré con la letrina (Un agujero en el suelo, sin papel
higiénico y un bidón de plástico medio lleno de agua con un bote dentro de él.
Volví a la habitación (había dejado una abertura en la puerta
para saber que era la mía) y me tumbé en la dura cama.
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