Salimos temprano de Namche Bazar ya que nos esperaba una
larga jornada y además íbamos a rebasar los 4000.
Por las mismas calamitosas calles que recorrimos el día
anterior, llegamos al mismo cruce de senderos donde se encontraba el gran
rodillo religioso que la tradición dice que hay que hacerlo girar al menos tres
veces en el sentido de las agujas del reloj y en cada vuelta suena una campana.
Así lo hice.
Continuamos por el sendero contrario al de ayer. Menos mal.
En apariencia se intuía mucho más llevadero. En algunos tramos se ensanchaba y
podía sobrepasar los dos metros. Íbamos de charla y el día también acompañaba. Caminábamos
en paralelo a un rio hasta que nos desviamos hacia arriba. Mi moral, que ayer
estaba bajo mínimos, hoy estaba por las nubes.
Estupa junto al sendero. xcitefun-khumbu-valley-6
Pasamos junto a una estupa (stupa, símbolo religioso)
agrietada por el terremoto del pasado año. Por tramos con cercados de piedra
seca que en algunos pacían los yaks y en otros parecían bancales para cultivar,
aunque, como ya dije en algún capítulo anterior, la tierra es de muy mala
calidad y a medida que se asciende, peor. Pero aún así los paisajes son
preciosos.
Campos estériles cercanos a los 4000 m.
Después de tres o cuatro horas de camino llegamos a un punto
llamado Mongla, a 3900 m., donde hay dos o tres cabañas- refugios-
restaurantes- tiendas, con otra estupa agrietada. Allí hicimos un descanso para
tomar el té con jengibre y de pronto comenzó a caer agua nieve. Preparamos los
paraguas e impermeables, pero no hizo falta utilizarlos porque fue una falsa
alarma.
Pequeño refugio de Mongla
Continuamos subiendo tramos escalonados y por fin llegamos a
nuestro punto de destino de esa jornada. Dole, a una altura de 4200 m. Todo
verde y donde los yaks y naks se ponen “morados” comiendo su fresca hierba.
A más de 4000 m. y aún hay escalinatas
Distribución de las habitaciones y a reclamar una ducha. Solo
se disponía de una y además la encargada del refugio o lodge arrimó una bombona
de gas junto al cuchitril de madera donde decía que estaba la ducha. Hacía frio
y mientras esperaba mi turno decidí darme un pequeño paseo alrededor de las
cabañas para ver pacer a los yaks. Me encantaron las pequeñas y preciosas
florecillas entre el lindo prado verde, parecía el césped de un buen cuidado
campo de fútbol.
Una Nack (hembra del yak) en Dole
Me llamó la atención una bandada de cuervos que revoloteaba a
lo lejos y la mayoría de ellos se paraba en unas escarpadas rocas y dando
saltos se trasladaban de un sitio para otro. Me vino a la mente lo que nos
contestó el organizador nepalí en Katmadú cuando le preguntamos qué hacían con
los muertos ya que no habíamos visto ningún cementerio.
Bueno, este tema creo que es mejor dejarlo, ya que es muy
desagradable.
Vuelvo al tema de la ducha. Vi a mi compañera Ángela y le
pregunté si se había duchado. Su respuesta fue: “Si, pero te aconsejo que no lo
hagas”. Hice un gesto de interrogación y continuó: “Me he tenido que duchar
agachada y además cae un hilito muy fino de agua que apenas me ha llegado a las
piernas” “Con tu estatura no sé cómo te tendrás que poner y además, seguro que
el agua no te va a llegar a la cintura”. Pues con el frio que hace, un chamizo
agrietado en el exterior y el agua que cae con cuentagotas, que se duche “Rita
La Cantaora”.
El grupo en Dole a 4200 m. de altitud
Después vino la cena alrededor de la estufa que funcionaba con excrementos
secos de yak, unos cuantos juegos y unos cuantos bailes con nuestro porteador
Jambo. Fue divertido, aunque a una pareja de británicos que también hacían noche
allí no les gustara y se fueran profiriendo algún que otro improperio en su
idioma. Nosotros estábamos contentos porque, entre otras cosas, habíamos pasado
de los 4000.
Una estupa en el camino
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