Amanecía cuando llamaron a la puerta “Paco, Paco, soy Jambo,
desayunar” “OK, ya voy”. Desayuné solamente café con leche y le dije a Jambo
que pidiera mi cuenta y la factura o nota. 700 rupias que entregué a Jambo para
que las pagara (5,60 euros). Jambo cogió mi mochila y nos pusimos en marcha
hacia Lobuche.
Él iba unos 50 m. por delante de mí, pero hacía continuas
paradas ya que mi paso era muy lento. El camino no tenía dificultad en
condiciones normales pero cualquier desnivel, por pequeño que fuera, me suponía
un gran esfuerzo y eso a pesar de que caminaba ayudándome de los bastones.
Estaba totalmente agotado, física y mentalmente.
Un porteador de utensilios y alimentos
No sé el tiempo que tardé en realizar el trayecto, el resto
del grupo lo recorrió la jornada anterior en unas tres horas y media, pero
cuando entré por el callejón que me conducía al edificio del albergue, lo hice
dando bandazos por lo exhausto que estaba. Cuando Nangel y Monerris me vieron,
corrieron hacia mí y me sujetaron hasta llegar a la puerta del alojamiento en
donde me senté, no recuerdo si en una silla o en el suelo.
Me comunicaron que ya estaba avisado el helicóptero en el que
me evacuarían junto a otro compañero del grupo, Joan, y que no tardaría en
llegar.
Con Joan, mi compañero de expedición
Le di la nota de las 700 rupias a Monerris y él se la pasó a
Nangel, el cual sacó de su bolso el dinero y extendió su mano para dármelo. Le
dije que no lo quería, “es tuyo” –me contestó- “si es mío, dáselo a Jambo”.
Cuando se lo entregó al sherpa, éste vino hacia mí y me dio un abrazo. Eran el
equivalente a 5,60 euros y creo que más de lo que le pagaban por una dura
jornada, pero conmigo se lo había ganado y bien. Su cara era de felicidad y a
pesar de todo me la transmitió a mí.
La parte triste fue que al ser dos menos en el grupo, se tuvo
que despedir a un sherpa. Se le pagaron sus servicios hasta ese día y tuvo que
regresar a esperar de nuevo que alguien le contratara.
Trajeron mi equipaje y nos dirigimos al lugar donde se tenía
que posar el helicóptero. Me encontraba “animadillo”, hasta les canté una
canción que Monerris grabó. De pronto oímos el motor del aparato que venía a
por nosotros. Aterrizó y rápidamente el jefe de los sherpas abrió una puerta y
cargó los dos bultos de ambos evacuados. Subimos y enseguida levantó el vuelo
rumbo a Lukla aunque realizó una parada en Namche Bazar para dejar al pasajero
que ya venía en él.
¡Una pasada! ¡Otra experiencia más! El viaje duró unos 20
minutos pero fue una gozada ya que volábamos a no demasiada altura entre
cañones, ríos, desfiladeros, barrancos y magníficas montañas.
Aterrizamos en un “pedregal” junto a la pista de aterrizaje
más peligrosa del mundo. Aquello era un caos de helicópteros que despegaban,
aterrizaban y les suministraban combustible en bidones de plástico y con un
embudo por el que caía más en el suelo que en el depósito.
Pista de aterrizaje de helicópteros en Lukla
Y de cuando en
cuando algún avioncito tomaba pista. ¡Madre mía!
Estuvimos dos horas allí junto a una señora alemana, sin que
nadie nos diera razón de nada. Nos tenían que llevar a los tres a algún
hospital pero ¿Quién nos lleva? ¿Cómo nos van a llevar? ¿Cuándo saldríamos
hacia Katmandú? ¿Sabrá alguien quien somos y qué hacemos allí?
En la pista de los helicópteros con los equipajes tirados
Esa es otra historia que contaré en otro artículo.
Terminal de helicópteros en el aeropuerto de Lukla
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