Dejamos Dole para seguir ascendiendo metros poco a poco.
Hasta ahora el tiempo nos acompañaba y las mañanas eran claras. Comenzábamos la
marcha bien equipados ya que el frio era llevadero con ropa adecuada, aunque a
medida que avanzábamos nos íbamos despojando de alguna que otra prenda. La
claridad o luz se iba acentuando y se hacía imprescindible las gafas
protectoras así como la crema anti solar.
Camino hacia Machhermo
El mal de altura también me iba pasando factura, ya que continuaba
sin apetito y en la boca del estómago tenía algo (una molestia) que no dejaba
pasar ningún alimento sólido. Seguía sin poder dormir y por las noches una
especie de cefalea rondaba por mi cabeza. También sufría un dolor de espalda,
cerca del cuello y de los hombros, pero solo cuando estábamos en los refugios
después de finalizada la etapa diaria. No dormía y las noches las pasaba dando
vueltas dentro del saco de dormir, al principio tapado hasta la cabeza por el
frio pero al rato desabrochaba la cremallera para poder sacar los brazos. En
multitud de ocasiones parecía que se me paraba la respiración y tenía que
aspirar fuerte y rápido durante varias veces porque me faltaba el oxígeno.
Poco a poco ascendíamos metros
Creo que verdaderamente me faltaba el oxígeno porque cuando
me levantaba para ir al “aseo” (un cuchitril de madera de 1x1 en un rincón del
final de un pasillo, con un agujero en el suelo), me solía desorientar y
equivocarme de pasillo e incluso entrar en una habitación que no era la mía.
Iba como flotando y sobretodo falto de memoria, incluso actualmente, muchos
momentos de los vividos entonces, los mezclo, algunos son muy vagos o no los
recuerdo. Creo que ya me afectaba el mal de altura pero la aventura era
interesante para continuarla.
A esas alturas la vegetación empieza a desaparecer.
Los paisajes por las zonas que atravesábamos eran dispares.
Pasábamos por sitios donde no había vegetación, ni árboles ni matorrales. De
pronto aparecía una superficie con unos árboles en los que colgaban unas
preciosas flores rojas. Nos cruzamos con un nativo que llevaba en la mano una
de esas bonitas flores y se la regaló a Ana.
De repente los árboles dejaron de verse y solo algunos
matorrales se alzaban por los eriales del Himalaya. Algunos grupos de yaks
pacían en las escarpadas laderas de nuestro sendero que en algunos tramos
(debido a desprendimientos del terreno, posiblemente por el terremoto del 2015)
se estrechaba factiblemente a menos de medio metro.
Uno de tantos puntos llenos de banderas que se consideran sagrados
Debía de ser sobre el mediodía cuando alcanzamos un collado y
divisamos un pequeño poblado. Era Machhermo, nuestro próximo punto de parada y
descanso hasta la jornada siguiente.
A medida que avanza el día la niebla va apareciendo
Pero aún teníamos que avanzar por un desnivel de bajada para
cruzar un reducido puente que vadeaba un pequeño riachuelo de aguas cristalinas.
Después de cruzarlo había que subir la senda (allí todo es subida y bajada) que
llevaba hasta el poblado, que como todos los de por allí se sitúan en
pendiente. La humedad era palpable. Cuando entramos en el recinto exterior del
refugio-hostal vimos que tres o cuatro mujeres estaban haciendo la colada en
unos barreños cuya agua era llevada allí por dos mangueras.
Foto del grupo con uno de nuestros destinos a nuestras espaldas
Algunos de mis compañeros/as al ver a las lavanderas se
alegraron e hicieron algunos comentarios sobre el tema. Después de dejar las
cosas en las respectivas habitaciones, salieron al punto donde estaba instalada
“la lavandería” y se pusieron a lavar la ropa que hacía ya algunos días estaba
necesitada de ello.
Miembros del grupo lavando su ropa en Machhermo
Yo también tenía algunas prendas que necesitaban un lavado,
pero la verdad es que no me apetecía ponerme en cuclillas a fregar después de
más de cuatro horas de caminata.
Le pregunté a Nangel (el jefe de los sherpas y guías) si
algún muchacho suyo podría lavarme la ropa y me contestó que sí. Le di un
pantalón, una camiseta, un pañuelo y unos calcetines, además del jabón. El poco
rato vi que lo estaba tendiendo y me dirigí a Nangel. –“Dime cuánto le tengo
que dar”- -“Dale 200 rupias”. Saqué dos billetes de cien y se los entregué a él
mismo para que se los diera a Jambo. Estuve pendiente de la reacción del sherpa
lavandero y cuando tuvo en sus manos los dos billetes, sus ojos y su cara se
encendieron de satisfacción. Quizás mi decisión de no querer lavar la ropa no
fuera la más apropiada, pero estoy seguro que con ello contribuí a alegrar o
por lo menos a contentar a una persona que seguro necesitaba ese dinero. ¡Ah!
200 rupias equivalen a 1,60 euros.
En Machhermo con Ángela
Por primera vez desde que iniciamos la aventura se puso a
nevar. El panorama en el exterior del refugio era de una hermosura especial. A
través de los cristales de las ventanas del salón-comedor se veían caer los
copos de nieve que iban formando un manto blanco sobre el verde suelo y los
yaks que estaban a cinco o seis metros de nosotros, con los torsos blancos, ni
se inmutaban, incluso se recostaban en el nevado suelo. Solo fueron unos 15
minutos de blanca precipitación.
Una Nak curioseando a Xente
Algunos de nosotros corrimos al exterior para recoger la ropa
recién lavada pero Nangel nos paró diciendo que lo dejáramos, que no pasaba
nada y que la ropa se secaría. Así fue porque antes de la cena recogimos las
prendas y ya estaban secas, aunque muy frías.
Era comprensible que hiciera frío y nevara ya que nos
encontrábamos a 4.470 metros de altitud.
Tres de las cinco valientes mujeres del grupo
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