Este es el relato II que forma parte de mi trabajo titulado “La Barbera. Una burbuja en el tiempo”.
Antes de reformarla en lo que hoy es, La Barbera dels
Aragonés, era una casona misteriosa, oscura, con sus zonas enigmáticas. En ella
se respiraba un ambiente tenebroso.
En ese lugar, durante el transcurso de los años, han ocurrido
una serie de “extraños sucesos”, algunos de los cuales recojo en esta obra.
Casona de La Barbera
Era
un día del mes de enero de 1992. Pepica fue requerida por la señora Dª Antonia
para que subiera a la zona noble de la mansión, a fin de encargarle unos
recados. Abrió la cancela de hierro que impedía el paso por las escaleras, y se encaminó hacia el
piso superior. Aproximadamente a mitad de la escalinata, sintió un escalofrío
que le puso los pelos de punta y levantó la mirada que en esos momentos estaba
puesta en los escalones. Al final de la
escalera estaba Don Pedro mirándola, con su delgadez y sus ciento noventa y
pocos centímetros, vistiendo un traje oscuro con la camisa blanca abrochada
hasta el cuello.
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Sus
miradas se encontraron durante unos pocos segundos. Presa de espanto, se dio la
vuelta y corrió escaleras abajo hasta su aposento.
Estuvo
durante un largo momento sentada en el sofá, con la cabeza agachada y los
brazos cruzados sobre su estómago. Mil cosas le pasaron por la cabeza. Cuando
se percató que la señora la había solicitado, se levantó y volvió a subir por
las escaleras, aunque con cierto recelo, despacio y mirando a lo alto.
Cuando
llegó al final de las escaleras, frente a la puerta del salón, oyó que Dª
Antonia estaba conversando con alguien:
─No
debías haberlo hecho. Aquí, en esta parte de la casa es donde debes estar. ─Una
voz masculina respondía─ Ya, pero echo de menos algunas cosas y a veces el
límite se disuelve. Siempre he tenido dudas, pero ahora lo tengo todo muy
claro.
Pepica
no sabía cómo reaccionar, ya que allí, junto a la señora, había alguien más y
ella no se había enterado de la visita. Parte de su trabajo era comunicar las
visitas a la señora y en caso afirmativo autorizar las entradas.
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¡Bueno!
─Pensó─ Sea lo que fuere tengo que presentarme, ya que he sido requerida y es
mi obligación.
Llamó
a la puerta y pidió permiso. Le fue concedido, entró y… ¡allí sólo estaba la
señora! Recibió instrucciones y siguió con su trabajo, aunque durante todo el día,
de su cabeza no se le fue la idea de que la persona que hablaba con la señora
era su hermano, Don Pedro.
Todo
podría parecer normal, si no fuera porque Don Pedro había fallecido cuatro
meses antes.
Pasaron
unos meses y a primeras horas de una tarde de mediados del mes de septiembre,
Pepica, subida a una silla, estaba limpiando los utensilios y cacharros de la
despensa, cuando de súbito, notó, como una fría corriente de aire en sus
espaldas y al mismo tiempo, la repentina impresión de que Don Pedro estaba
detrás de ella.
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Se
giró bruscamente y apenas pudo ver cómo el señor salía de la estancia. En su
nerviosismo, al saltar de la silla, su mano rozó uno de los enseres,
provocándole un corte que la tuvo unos segundos preocupada por la poca sangre
que le brotaba, e inmediatamente fue detrás del señor. Atravesó el portal entre
la despensa y la sala de costura, pero no vio a nadie. Con recelo recorrió las
demás estancias de la casa y advirtió que se encontraba sola, ya que la señora
había salido a una visita.
Cuando
regresaba para terminar el trabajo de limpieza, oyó cómo la mecedora de la sala
de costura se mecía y con paso ligero se apresuró hasta allí. Se quedó
estática, con los brazos caídos y con los ojos fijos en la mecedora. No había
nadie pero… ¡se estaba meciendo! Inconmovible y tranquila esperó un par de
minutos a que parase el movimiento, pero no, seguía con su vaivén, como si
alguien estuviera sentado en ella, aunque nadie se veía allí, por lo que
decidió ir a curarse la herida y continuar con su tarea.
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A
pesar de no ver la cara del personaje que vio salir de la despensa, ella afirmó
que era D. Pedro y tenía que ser así porque en algunos recintos y salas de la
mansión, sobre todo, las zonas nobles (exclusivas de los miembros de la familia
Aragonés), jamás accedía nadie y menos varón que no fuera de la familia.
También hay que aclarar que la despensa no tiene ventanas ni aberturas al
exterior, pero si comunica con la que fue habitación de D. Pedro.
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