Este relato ha sido publicado en la Revista Oficial de Fiestas de Moros y Cristianos 2017 de la Asociación Santa Marta de Villajoyosa, en su apartado "Racó Literari".
Paula ya había conocido la mansión de
La Barbera con anterioridad. Estuvo allí empleada desde mediados del mes de
junio del año 1978 hasta principios del 80. Durante ese año y medio, en
ocasiones, había notado e incluso sentido alguna rara sensación.
Al principio, cuando Consuelo, la
cocinera, tenía un ratito libre, buscaba a Paula para chismorrear con ella y
ésta aprovechaba para contarle las cosas raras que oía o sentía. La respuesta
de la cocinera siempre era la misma, “Tonterías,
ves muchas películas y te sugestionas con facilidad” “Aquí todo está muy
tranquilo y nunca pasa nada”.
Paula no la rechistaba, pero
continuaba con “la mosca tras la oreja”. Antes de entrar a trabajar allí,
alguien le había dicho que una de las máximas de la noble familia, propietaria
de La Barbera, era: “Oír lo justo, ver
poco y callar siempre”, y eso había que tenerlo muy presente si quería
conservar el empleo, por cierto, muy necesario para Paula.
La Barbera. Foto de Ana Llinares
En 1980, por motivos muy personales,
Paula, tuvo que despedirse del trabajo y tres años después acudió a Doña
Antonia para solicitar de nuevo su anterior empleo. Cuando la señora vio que Paula iba acompañada
de una niña, que en esos momentos tenía 3 años, no lo dudó y le ofreció no solo
trabajo sino también vivienda para las dos.
Por allí todo continuaba igual. Madre
e hija, coexistían con “rarillos” sucesos que en ocasiones ocurrían, pero al
familiarizarse con ellos llegaron a considerarlos “normales”.
Unos años después, Consuelo, la
cocinera, le comunicó a los señores, que debido a problemas familiares, no
podría atender los servicios de las cenas. Por lo que acordaron que diariamente
dejaría todo preparado para que fuera Paula la que atendiera ese servicio.
Así lo hicieron y a Paula le vino muy
bien, ya que a partir de ese momento, ella y su hija, se aprovechaban de lo que
quedaba de las cenas de los señores, que no era poco.
Los señores siempre cenaban los dos
solos. Jamás, durante los años que Paula les estuvo sirviendo las cenas,
tuvieron a nadie con ellos.
Chari, becaria de Vilamuseu, teatralizando Los sueños de Cayetana
Bueno, no siempre. Durante los cuatro
años que estuvo sirviéndoles la cena, dos noches de cada año (siempre las mismas fechas), preparó y atendió el servicio para cinco personas. Siempre eran las
mismas, Don Pedro, Doña Antonia y tres varones más, dos de ellos más jóvenes,
de unos treinta y pocos años y el tercero cincuentón.
Esos días, 23 de abril y 26 de
septiembre, la cocinera dejaba preparada una suculenta y variada cena, con
diversos dulces para los postres e incluso una botellita de la mejor mistela de
Teulada. Durante la noche, Paula, se encargaba de atender y servir.
Llegadas esas fechas, Consuelo ponía en aviso
a Paula y aunque nunca preguntó el motivo de los banquetes, su mente siempre
especulaba.
La zona noble de La Barbera
Pero lo que cada año, llegados esos
días, se instalaba en su cabeza e impedía que conciliara el sueño, eran unas
preguntas que se hacía constantemente y a las que nunca encontraba respuestas.
Paula era una persona que le gustaba ver la televisión hasta pasada la
medianoche, y esas auto preguntas le impedían estar atenta a lo que pasaba en
la pantalla, además de pasarse el resto de la noche en vela a causa de darle
vueltas a la cabeza buscándole explicación.
“Si el portón y puerta de la entrada, los cierro a la puesta del
sol, si la cancela de la escalera se cierra con llave al mismo tiempo, si soy
la persona que comunica a los señores la llegada de las visitas y con su
permiso las hago pasar y, ni he abierto las puertas, ni la cancela, ni he
anunciado ni hago pasar a nadie, porque nadie ha venido, ¿Quiénes son esos
señores que vienen dos veces al año y por dónde han entrado? Si al terminar la
cena, después de recoger los platos, la señora manda que me retire a mi
habitación, abro y cierro la cancela al mismo tiempo y no vuelvo a abrir las
puertas hasta la mañana siguiente, ¿Por dónde salen los invitados?
Esas eran las cavilaciones y preguntas,
que año tras año, durante toda la noche de esos dos puntuales y precisos días,
impedían dormir a Paula.
Un día de primeros del mes de
septiembre del año 1991, falleció Don Pedro. Doña Antonia contrató una señora
para que se ocupara de todas sus necesidades, por lo que, a partir de ahí, Paula ya no
intervino más en las cenas de la señora.
Sin embargo, Paula continuaba con la
intranquilidad del misterio que rondaba a menudo por su mente.
Remedios, la señora de compañía,
necesitó ausentarse durante una tarde y para que Doña Antonia no se quedase
sola (su salud estaba bastante resentida), acordaron que pasara la tarde con
Paula, en las estancias para la servidumbre que ésta ocupaba dentro de la misma mansión.
Paula vio el momento oportuno para que
sus preguntas obtuvieran respuesta, y sentadas las dos alrededor de una mesa
camilla, de cara al pequeño televisor, conversaron de muchas cosas, sobretodo
de las fincas que la noble familia tuvo o tenía por Guadalest y Relleu. Cuando
consideró que el momento era el más propicio, le espetó: “Señora, ¿quiénes son esos caballeros tan apuestos con los que cenan
Vds. dos noches cada año?”
“Son mis hermanos. Miguel, Cayetano y Jaime”
Paula se quedó inmóvil. Su cara, con
la boca semi abierta y pálida, parecía una estatua de mármol. Pero sabía que
era una oportunidad única para averiguar lo que siempre había considerado un
misterio y reaccionó como si fuera una respuesta de una conversación normal.
¡Ah! “Pero, ¿por qué vienen siempre en las mismas fechas?”
“Porque esos fueron los días en que se marcharon del mundo de los
vivos”- Respondió-
“Miguel y Cayetano se fueron juntos, en el mismo momento, el 26 de
septiembre y Jaime nos dejó el 23 de abril”.
“Pero…” -Balbuceó Paula-.
La Barbera. Julio de 2015
En ese mismo momento entró Remedios y
esa intrigante conversación tocó a su fin.
Paula y su hija vivieron allí durante varios
años más y muchos fueron los momentos que experimentaron “raras” sensaciones.
Lo cierto es que alguna de las respuestas a las preguntas que en su cabeza
anidaban, la señora se las dio, pero no todas. Fue en junio del año 1994 cuando
las buscó en otro lugar y las obtuvo. Pero eso es otra cuestión.
Este
relato quiero finalizarlo con una reflexión sacada del catálogo de La Barbera
dels Aragonés. Casa Museu, donde Antonio
Espinosa Ruíz, María Jesús Marí Molina y Carmina Bonmatí Lledó en “La Trascendencia Cultural de La Barbera
dels Aragonés”, escriben: -“La Barbera es un espejo de esta época tan
fascinante, en el que se refleja casi todo: la vida cotidiana, la política, la
religión, las ideologías, el ámbito familiar, las modas, los avances
tecnológicos, el arte…”
'Que cada cual extraiga sus conclusiones!
Se autoriza la reproducción de esta publicación, siempre que la fuente sea citada.
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