Relato nº III de mi trabajo titulado “La Barbera. Una burbuja en el tiempo”.
El foco del relato se localiza en la primera planta o zona noble de la mansión, en el comedor que los Aragonés utilizaban en sus comidas. La ventana que da a la Llar del Pensionista.
El primero de diciembre de 1992, tuvo lugar el entierro
de Dª. Antonia, último miembro de la saga Aragonés, que había fallecido el día
anterior. Después del sepelio se reunieron en la casa, D. Bernabé, cura
párroco, y Pepica, guardesa de la heredad. Accedieron a todos los salones y
departamentos de la zona privada o noble y cerraron ventanas y puertas con sus
cerrojos y trancas. Para más seguridad, decidieron cerrar la verja metálica de
la escalera que impedía el paso al primer piso, con doble cerrojo: la propia
cerradura de la cancela, cuya llave la guardaría Pepica y una gruesa cadena con
un buen candado, siendo el señor cura quien guardara su llave.
Al día siguiente, cuando Pepica volvía de compras, desde
la calle se dio cuenta que la ventana del saloncito de la chimenea estaba
abierta. Llamó a D. Bernabé para comunicarle la situación, y éste le respondió
que seguramente se olvidarían de cerrarla y en cuanto tuviera un momento iría.
Cuando llegó, cada uno con su
respectiva llave, abrieron los cerrojos de la cancela de la escalera, accedieron
al salón y cerraron la ventana con sus cerrojos y su tranca de hierro por
detrás.
Aldaba similar a las que cerraban las ventanas de La Barbera
Pasó otro día y Pepica, a la vuelta de un recado, vio que
la misma ventana estaba abierta. Volvió a llamar al Sr. Cura y con recelo volvieron
a hacer la misma operación, no sin antes darse una vuelta por toda la mansión,
para asegurarse de que no hubiera alguna abertura o conducto por el que pudiera
colarse alguien. No vieron nada, todo estaba bien sellado.
Caballito bicicleta infantil de los Aragonés.
A los pocos días sucedió lo mismo, repitieron lo anterior
y se intercambiaron las llaves de los cerrojos de la cancela de acceso a la
escalera.
Nada. La misma ventana volvía a estar abierta, por lo que
acordaron dejarla así y así estuvo años, hasta que empezaron las obras de reforma.
Estos y otros extraños sucesos, fueron los que indujeron
a Pepica a acudir esa tarde de junio del año 1994 a la famosa pitonisa
madrileña, cuya prestigiosa fama hacía que se desdoblara entre la capital del
reino y Benidorm.
Pero los extraños incidentes siguieron sucediéndose en La
Barbera.
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