VII relato de “La Barbera. Una burbuja en el
tiempo” o “Cuando los límites se entrecruzan”.
Enero
de 1993.
Habían
transcurrido menos de dos meses desde el fallecimiento de Doña Antonia.
Conchita,
la señora que estuvo a su servicio y que la acompañó día y noche durante los
últimos meses de su vida, acudía diariamente a La Barbera con el fin de pasar
las horas junto a la que fue su compañera en el trabajo, Pepica. Mutuamente se
hacían compañía y pasaban los días recordando las cosas y anécdotas que allí
habían vivido.
Interior de la casa de La Barbera.
Frente
al televisor, sentadas alrededor de la mesa camilla, cuyo mantel les cubría las
piernas, calentadas por un brasero colocado en la base pasaban las horas,
solamente interrumpidas por el sonido del timbre de la puerta de la verja
metálica exterior que estaba frente al edificio de la Llar del Pensionista.
Generalmente era alguien de la familia de Pepica, o tal vez la amiga Angelita
del Pati Fosc, cuya casa afrontaba por la calle Andalucía con la misma Barbera,
que muchas tardes soleadas, se acercaba para tomar el sol, sentándose en una de
las piedras semicirculares que están a ambos lados de la puerta principal.
Era
domingo. Llovía, hacía frio, alguna ráfaga de viento movía las palmeras del
exterior, el sonido del mismo se juntaba con el producido por la caída de
alguna palma desprendida. De vez en cuando, la claridad de un relámpago entraba
por la única ventana del saloncito y seguidamente el trueno resonaba en la
lejanía. ¡Un día de perros!
Las dos
estaban muy entretenidas viendo y participando del programa de TVE “El Precio
Justo” y del encanto de su presentador Joaquín Prat.
Joaquín Prat en El Precio Justo. vidasfamosas
Se
hizo muy tarde.
Viendo
la hora y el tiempo que seguía haciendo en la calle, Pepica dijo a Conchita
que se quedara a cenar con ella y si el tiempo no amainaba, podría quedarse
también a dormir.
Así lo
acordaron, y llegado el momento, vieron que, en el exterior, el temporal
continuaba.
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Conchita
se dirigió a su anfitriona y le dijo:
--Tengo
mucho miedo a los relámpagos y sobre todo a los truenos.
Pepica
raramente dormía acompañada, pero viendo la cara de su compañera, dijo:
--No
te preocupes que dormiremos juntas en mi cama.
--No
sabes cómo te lo agradezco. –Contestó Conchita.
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La
habitación de Pepica no era pequeña. Una cama grande de matrimonio, a los pies
de ella, dos sillas pegadas a la pared y un mueble cómoda a la derecha de la
entrada. Una pequeña ventana daba al gran patio trasero.
Se
metieron en la cama con un “buenas noches” cada una. Apagaron la luz y a pesar
de que la ventana solo estaba cerrada con la cristalera, la oscuridad era
total.
Oían la
tormenta y cada cierto tiempo un rayo iluminaba la habitación durante dos o
tres segundos.
Pepica
se tapó hasta la nariz, con la cara hacia techo, y notó que Conchita se acurrucó
pegada a su cuerpo.
--No
te importa, ¿verdad? Es que así estoy un poquito más tranquila.
Pero
en cada relámpago, Pepica notaba que su amiga doblaba la cabeza.
Foros de la Virgen María
Después
de varios rayos y sendos movimientos de su cabeza, Conchita susurró al oído de
Pepica:
--Enciende
la luz.
--¿Qué
te pasa? Dijo Pepica.
--Enciende
la luz, por favor.
Pepica
encendió la luz aupándose para quedarse sentada en la cama. Mientras, Conchita
miraba detenidamente por toda la habitación.
--Ya
me dirás qué es lo que te pasa. Dijo Pepica.
A lo
que Conchita contesto:
--Cada
vez que un rayo ilumina la habitación, veo dos personas sentadas en las sillas.
Son dos jóvenes y nos miran sonrientes. Pero ¿dónde están? Entre los truenos y
esto, estoy muerta de miedo.
--¡Ah,
Bueno! ¡Es eso! Yo también los veo. Estate tranquila que no nos van a hacer
nada. Son los señoritos Miguel y Cayetano. En algunas otras ocasiones los he
visto, aunque siempre con la luz de un relámpago.
El Intransigente
Volvieron
a encamarse en las mismas posiciones anteriores. La tormenta duró hasta la
mañana del día siguiente. Continuaron viendo a los jóvenes sonriendo en la
claridad de cada rayo. Pepica pronto se durmió. Conchita… Bueno, lo que pasó
Conchita esa noche, solo ella lo sabe o lo supo (ignoro si sigue viviendo),
solo sé que nunca más volvió a pasar una noche en esa casa.
¿Quiénes
eran Miguel y Cayetano?
Pues
eso mismo le pregunté a Pepica cuando me contó esta historia.
Y esta
fue su respuesta: “Fueron dos hermanos de Doña Antonia, que murieron juntos el
26 de septiembre de 1936. Cayetano tenía 35 años y Miguel 37”.
Actual sepultura de los Aragonés en el cementerio de Villajoyosa
¿Por
qué sabía Pepica que los dos jóvenes que sólo se dejaban ver a la luz de los
rayos eran Miguel y Cayetano Aragonés Urrios?
Esa
pregunta no se la pude hacer y por lo tanto no sé la respuesta. Si en alguna
ocasión, Pepica, traspasa el límite en el que ahora se encuentra, o soy yo el
que traspasa el límite de esta vida, para pasar al otro, le preguntaré.
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