IX relato de “La Barbera. Una burbuja en el
tiempo” o “Cuando los límites se entrecruzan”.
Últimos
meses del año 1993.
Pepica
vivía allí junto con su hija menor. Su marido no convivía con ellas, ya que
estaba al cuidado de una finca en las afueras del pueblo. Los dos o tres días
al mes en que les visitaba, se quedaba a dormir en una de las habitaciones que
entonces había en la planta baja. Era una habitación ensombrecida, gastada y
deslucida, con grandes manchas de humedad en una de sus paredes, en el cuarto
había una lúgubre cama vieja de primeros del siglo XX, acompañada de una cómoda
con su espejo de cristal moteado por el paso del tiempo, una mesita de noche
carcomida y a su lado una tétrica silla de madera barnizada un montón de años
atrás, con un oscuro esmalte cuya reseca envoltura se desprendía de ella. En un
ángulo de la estancia se hallaba un perchero de pie de las mismas características
que la silla, pero ocupado con alguna telaraña.
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El
esposo de Pepica era un personaje curtido por la soledad de sus últimos años.
Desde joven había sido un hombre de mundo, entendido y competente en varias
profesiones. En algunas etapas de su vida ganó mucho dinero y en otras tuvo que
vivir a costa de su mujer. A pesar de no tener estudios, no era un ignorante ni
un ingenuo y mucho menos influenciable o sugestionable.
Después
del fallecimiento de Dª Antonia, empezó a utilizar esa habitación para dormir.
Una
mañana, después de pasar la noche en La Barbera, al ir a desayunar, Pepica lo
vio adormilado, como cansado, raro. Le preguntó varias veces si le ocurría algo
y éste contestaba siempre con negativas.
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Pasaron
un par de semanas y de nuevo el marido de Pepica volvió a La Barbera. A la hora
del desayuno ocurrió lo mismo. Tanto insistió ella, que, a pesar de no querer
inquietarla, le dijo que se sentara, porque le tenía que contar lo que en dos
ocasiones le había sucedido en esa habitación.
─Pon
atención a lo que te voy a decir Pepica. A partir de las doce de la noche no
entres en esa estancia.
Sobresaltada
le preguntó.
─ ¿Qué pasa? ¿Qué ocurre?
─Mira,
no quería decirte nada para no preocuparte, pero tampoco quiero que pases por
lo que yo he pasado allí. Te lo voy a contar, ya que tarde o temprano lo ibas a
saber.
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─Tú
sabes que yo no creo en esas cosas, pero esto lo he vivido personalmente. Las
dos últimas noches que he pasado en esa habitación he vivido lo mismo, se
repite la misma situación. Al poco tiempo de acostarme, y ya sabes que me
acuesto tarde, sobre las doce o la una de la madrugada, comienzo a oír hablar a
gente, pero no los veo, son varios, pero no puedo apreciar cuántos, ni entender
lo que dicen. Al cabo de un rato, veo que, desde un extremo de la habitación,
vienen caminando un señor de unos 55 años, vestido de negro y con sombrero, y
asida a su mano una niña de unos seis o siete años, con un vestido totalmente
blanco, con una cinta también blanca en su pelo, pasan por delante de la cama y
se pierden por el otro lado de la estancia. Van hablando, pero tampoco puedo
entender lo que dicen. Esa algarabía dura casi hasta el amanecer, y claro, no
me deja conciliar el sueño.
Catalina Aragonés Aragonés (1863-1885). Catàleg Vilamuseu
Después
de estas dos primeras experiencias convivió con muchas más, aunque todas eran
las mismas, se repetían, pero dejaron de afectarle hasta el extremo que cuando
pasaban por delante de la cama los saludaba y se echaba a dormir y al día
siguiente le decía a Pepica.
─Esta noche he tenido la visita.
Pasaron
varios meses y un día, una de sus hijas, curioseando uno de los libros que
había en la pequeña biblioteca de la casa, encontró dentro del tomo, una vieja
fotografía de una niña. Cuando se la enseñaron al hombre, sin decir palabra
rompió a llorar, y cuando pudo, balbuceando dijo:
─Esa es la niña que veo pasar por la
habitación y lleva ese mismo vestido.
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El
esposo de Pepica murió en La Barbera en mayo del 2001 y hasta su fallecimiento
siguió utilizando esa habitación. Aunque no siempre, continuó oyendo el
guirigay de voces y observando a la niña cogida de la mano del hombre vestido
de oscuro. La niña de la foto, era la tía de los últimos Aragonés, pero éstos
no la conocieron porque murió con 22 años, antes de que ellos nacieran.
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