XII relato de “La Barbera. Una burbuja en el
tiempo” o “Cuando los límites se entrecruzan”.
Los
sucesos del siguiente relato no ocurrieron en la finca La Barbera, pero
sucedieron en una de las fincas que los Aragonés poseían. Estoy convencido de
que los entes de La Barbera, no solo permanecen conviviendo en la mansión
familiar, también en otras fincas o masías que poseían, por lo tanto, creo que
necesariamente tuvieron mucho que ver en ellos.
Una
calurosa tarde del verano del año 1998, me encontraba con la familia en La
Barbera junto a Pepica. Hacíamos lo posible para huir del sofocante calor
estival e intentábamos conseguirlo a la sombra del porche que había delante de
la puerta de entrada a su hogar y del portón de entrada a las caballerizas, rodeados
de las numerosas macetas con sus verdes y refrescantes plantas que ella siempre
mantuvo lozanas.
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A punto de consumirse el día, llegó mi primogénito (recién
cumplidos los 24 años) y se unió al grupo. En un momento dado, no sé por qué,
la tertulia estaba disertando sobre las “cosas raras” que le pasaban al abuelo
(el esposo de Pepica) en la habitación.
Mi
hijo prestaba atención a lo que allí se comentaba, pero en ningún momento
intervino. Pasó más de una hora y de repente se me acercó y me dijo:
─Papa,
¿me puedes acompañar? Necesito que vengas conmigo porque tengo ver una cosa y
quiero que me acompañes.
─Ahora
volvemos. ─Dije─
Salimos
del recinto vallado de la finca, por la puerta de malla metálica de la calle
Andalucía y me condujo a la terraza de un bar próximo.
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Yo estaba extrañado por su raro comportamiento y le dije:
─ ¿Qué pasa?
─No
pasa nada, solo que necesito hablar a solas contigo y aquí, tomando un
refresco, lo podemos hacer tranquilamente.
Nos
sentamos frente a un buen vaso de granizado de limón.
─Tú dirás.
─Mira
papa, lo que voy a relatarte no se lo he contado a nadie. Me sucedió hará unos
cinco años y desde entonces he querido decírtelo, pero no me he atrevido por si
te burlabas de mí, y después de oír lo que estabais comentando sobre las cosas
que pasan en La Barbera, creo que ha llegado el momento de sacar “eso” que
llevo dentro y que, durante tanto tiempo, en algunas ocasiones, me
intranquiliza.
Casa de la finca “El Murtet” en el año 1993
─Fue durante una calurosa noche de verano. La luna,
totalmente llena en un despejado cielo, iluminaba todo con una claridad que
parecía de día. Estaba con mi tía y de pronto me dijo:
─ ¿Me
acompañas a ver la piedra que hay delante de la casa del Murtet?
─ ¿A
estas horas? ¡Si es más de medianoche!
─Si.
Hace una noche estupenda para ello y además se ve todo claramente. A estas
horas nadie nos molestará.
─Bueno,
vamos.
─En su
automóvil nos trasladamos a la finca El Murtet, aunque tuvimos que dejar el
coche a unos doscientos metros de la casa, porque el camino estaba muy mal y se
hacía peligroso pasar con el vehículo.
─La visión era muy buena y al llegar delante de la fachada
de la casa nos pusimos a buscar “la piedra”. Ella se fue unos metros por
delante, alrededor de la palmera, y yo me quedé cerca de la casa, próximo a la
puerta.
Preparando el campo de golf en el Murtet
─Llevábamos
buscando unos diez minutos, cuando algo me hizo volver la cabeza hacia una
esquina de la casa.
─Vi la
piedra. Pero también estaba viendo cómo de ella salía una especie de humo o
halo o no sé qué. Me quedé paralizado. No sabía qué hacer. De pronto, con una vocecita
que apenas salía de mi garganta, dije:
─
¡Reyes! ¡Reyes!
─Reyes, (la tía), estaba a unos treinta metros de mí, entre
la palmera y una gran balsa que por allí había y sin volverse me contestó:
─ ¿Qué
quieres?
─Reyes
¡mira! ¡mira!
─Aquella
especie de humo que surgía de la piedra, estaba formando la figura de una persona,
parecía una holografía.
─Cuando
Reyes se volvió y vio aquello, exclamó: ¡¡Madre mía!!
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─Sin
decir nada más, empezó a correr hacia el coche, saltando de un bancal a otro. Yo
al verla hice lo mismo.
─Arrancó el automóvil y a toda velocidad llegamos a La Vila.
Durante el trayecto, ni nos hablamos ni nos miramos. Cuando me dejó frente a la
puerta de casa, aún seguía temblando y le dije:
─ ¿Has
visto lo mismo que yo?
─Creo
que sí. ─me contestó─ Pero no lo cuentes a nadie porque nos tomarán por locos.
─Así
lo he hecho hasta ahora y creo que ella tampoco lo ha comentado, porque de ser
así, seguro que la yaya lo sabría.
Unas
semanas después coincidí con mi cuñada y le pedí que me contara lo sucedido esa
noche en El Murtet.
¡Me
contó exactamente lo mismo!
Creo
que después de esa noche ninguno de los dos ha vuelto por allí.
Campo de golf donde estaba la casa en la que ocurrieron los hechos.
La palmera es la misma
La palmera es la misma
Nunca he sabido qué significa “la piedra”, pero el motivo
de ir a esa finca a buscarla es porque la señora Dª Antonia, encontrándose
postrada en su cama los días anteriores a su fallecimiento, tuvo momentos de
inconsciencia y otros de lucidez. En muchos de esos momentos lúcidos, hizo
mención a varias cosas que las personas que estaban continuamente acompañándola
saben.
A su mente volvieron recuerdos del pasado, del ajuar que su
mamá le había ido reuniendo desde su tierna juventud, y como si una bombillita
se hubiera encendido momentáneamente en su memoria, recordó con claridad el
lugar donde fue escondido en abril de 1936 al empezar la guerra civil española.
De “la piedra”, no pudo más que evocar con insistencia y reiteración eso:
─ ¡La
piedra! ¡La piedra!
Sin que su aparente lucidez diera más claridad
al asunto.
Mojón que señala el linde entre Villajoyosa y Finestrat
La finca “El Murtet” era propiedad de Los Aragonés y junto
a la finca L’Almiserá formaban un conjunto, solo que la primera está en término
de Finestrat y la segunda en el de Villajoyosa. Las dos tenían (L’Almiserá aún
la tiene, aunque en total ruina) la casa o mansión en la que vivían
continuamente los encargados o capataces y algún que otro trabajador de la
finca y las dos disponían de estancias exclusivas para los señores. Dista unos
cinco o seis Km. de Villajoyosa y unos dos de Finestrat. La casa aludida y todo
su alrededor, fue eliminado para construir un campo de golf. En uno de los
lados de la fachada había una gran piedra, como un sillar adosado al muro, que
servía de banco o asiento para descansar.
Masía de L'Almiserà cuando ocurrieron los hechos en 1993
También
en La Barbera existían, y aún existen, grandes
piedras que sirvieron como lugares de descanso. A ambos lados de la puerta
principal aún se conservan dos grandes bloques calcáreos semicirculares y a
unos ocho o diez metros de donde actualmente está el ficus había un gran bloque
de granito semi enterrado.
En la
entrada a la masía de L’Almiserá, eran dos las piedras más significativas. Una,
incrustada en la pared, que conmemoraba el año del cólera (1834), y la otra,
formando uno de los escalones de acceso a la casa, con el nombre del miembro de
la familia Aragonés y el año que al parecer se reformó el inmueble de la
hacienda (1901). La piedra conmemorativa de la epidemia, la debió colocar Don
Pedro Aragonés Bolufer, nacido en 1813, que fue Diputado en las Cortes
Españolas en la legislatura 1854-1856. El escalón fue colocado por Don Cayetano
Aragonés Aragonés, hijo del anterior y padre de los últimos miembros de la
saga.
Piedra junto al portal, alusiva a la epidemia del cólera del año 1834
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