A finales del año 1984, después de mostrar, en varias ocasiones, mi interés por conocer la finca de La Almiserá, Doña Antonia Aragonés, la señora de La Barbera y de dicha finca, dijo que me acompañaría hasta allí, pero... en mi coche.
Me sorprendió, ya que jamás me había
dicho ni si, ni no.
Quedamos para esa visita y una
soleada tarde nos fuimos para allá.
Al llegar, dejé mi vehículo en la
explanada que había delante de la casona. Entramos en la vivienda y me enseñó
todas sus dependencias. Estaba todo semi abandonado, al igual que sus extensas
tierras, pero entre la belleza de las pinturas de las habitaciones del piso
superior y lo viejo o antiguo de todo lo demás, hacía que la fascinación
brotara en mi mente.
Salimos de la casa y la señora se
sentó en una bancada junto al portal.
Vi que dos hombres se acercaban caminando junto a un gran aprisco que había
bajo la colina donde se asentaba el caserón.
Saludaron con gran vehemencia a Doña Antonia y después a mí. Cuando comenzaron a hablar con la señora, me
di cuenta de que eran dos de sus empleados que estaban al cuidado de la finca.
Uno de ellos, llamado Ángel, se
dirigió a mí: --¿Te gusta la finca?
“Lo que he
visto sí, pero no conozco nada más”—Respondí—
“Pues si la
señora no tiene inconveniente, te puedo enseñar parte de ella”—me dijo—.
Al momento, la señora me miró
diciéndome: “Ve con Ángel y que te enseñe
la finca, mientras, tomaré el sol aquí sentada y charlaré un poco con Pedro”.
Anduvimos por el lado de poniente de la mansión, por una pequeña senda, entre lo que un día fue un jardín. Llegamos a unos vastos bancales que llegaban hasta el rio Torres. Algunos bancales los bajábamos por unas piedras incrustadas en el margen a modo de escaleras. Me quedé pasmado, mirando a unos vetustos algarrobos y olivos, sin duda centenarios, o quizás milenarios.
“Alguno de
estos árboles deben de tener la edad de la famosa Olivera Grossa”—Dije—
A lo que Ángel contestó: “Seguro. Son antiquísimos” “Pero alguno de estos, además, han sido parte
de historias románticas”.
Me quedé mirando a Ángel con los ojos
abiertos como platos. Había tocado uno de mis puntos sensibles.
Estábamos junto al olivo que señaló
cuando dijo la frase que me dejó paralizado. Le dije que nos sentáramos bajo la
sombra de ese árbol. Nos sentamos y mirándole fijo a los ojos, le espeté: “Cuenta, cuenta”.
“Bueno,
dicen que, en este olivo, y también en un algarrobo que hay ahí arriba, se
escondía el famoso bandolero Pinet. Al parecer, una tarde, pasó por aquí con su
caballo, camino de Finestrat, cuando se percató que una mujer estaba abrevando
unas ovejas en el rio, se acercó a ella para preguntarle si había visto por
allí o por los alrededores a la guardia civil”.
“Al oír el
trote del caballo, la mujer dio un giro a su cuerpo”.
“Atemorizada
ella por la presencia de un desconocido (por toda la comarca se conocían las
acciones de los bandoleros) y admirado él por la juventud y belleza de la
muchacha, se quedaron inmóviles los dos. Sus miradas se encontraron fijamente”.
“Ella
tendría entre los 18 y 22 años y Pinet aún no habría cumplido los 30”.
“Cuando el
jinete reaccionó, la saludó con mucha cordialidad y después de preguntarle
quién era, le dijo si había visto por allí a la guardia civil”.
“Angélica,
que así se llamaba la joven, le dijo al apuesto varón, que era la hija del
encargado de la finca, que no había visto a ninguna patrulla y que tenía prisa
por ir a encerrar el rebaño, ya que se estaba haciendo tarde y sus padres
podrían preocuparse por la tardanza”.
“Pinet,
que era un joven muy apuesto y de una aplicada educación de familia pudiente,
le dijo que se llamaba José y que le gustaría volver a verla” “Angélica agachó
la cabeza y de su boca solo salió un trémulo adiós, enfilando con sus ovejas
hacia el redil que hasta hace bien poco aún se conservaba y se utilizaba”.
“Prendado
por la belleza de la muchacha, Pinet, que difícilmente se daba por vencido, la
siguió, y cuando estuvo a su altura, bajó del caballo y se puso frente a ella. ¡Mañana
volveré a verte! —le dijo—“.
“La joven alzó
la vista tímidamente, y los negros ojos de Pinet se volvieron a incrustar en
los de ella. Fueron dos segundos en los que, no solamente se penetraron con sus
miradas, también se taladraron el corazón”.
“Con pasos
ligeros, Angélica, se dirigió hacia los rediles. Pinet continuó absorto durante
varios segundos, cautivado por la linda muchacha”.
“Con toda
seguridad, ninguno de los dos pudo lograr dormir durante esa noche”.
“Al día
siguiente, un par de horas antes del momento del encuentro anterior, el
bandolero estaba rondando la finca de La Almiserá. Con mucha precaución se
trasladaba de un punto a otro después de otear en todas las direcciones. Divisó
el pequeño rebaño dirigido por la doncella y se dirigió hacia el rio, ya que
entre las adelfas, cañares y zarzamoras estaría más seguro”.
“La pastora se encontraba inquieta, a cada
momento se paraba para lanzar una mirada por cualquier derrotero. Con recelo,
pero ansiosa por volver a ver a quien no podía apartar de su pensamiento, al
que ya consideraba su galán”.
“José
Martorell Llorca, que así se llamaba Pinet, sabía que las ovejas irían a
abrevar al mismo sitio, solo era cuestión de esperar y eso lo bordaba”.
“Llegó
Angélica al abrevadero y continuaba con sus miradas intranquilas, movía la cabeza
en todas las direcciones. Comenzaba a desilusionarse, para sí se decía que
había sido una tonta”.
“De pronto
oyó como un siseo. Se puso en guardia. Su rápida mirada exploró todos los
rincones. ¡Ssssssshhhhh! De nuevo otro siseo. Le pareció que salía del viejo
olivo, sobre el margen del bancal de arriba donde estaba ella, es decir, de este
mismo árbol bajo el cual nos encontramos”.
“Allí
dirigió su mirada y vio que del interior del tronco salía su anhelo. Le
temblaba todo el cuerpo y su corazón parecía querer salir de su pecho”.
“Se quedó
inmóvil mientras Pinet caminaba lentamente hacia ella, y cuando estuvo a medio
metro, se detuvo. En ese momento sus miradas se encontraron y en pocos
segundos, sin hablarse, se dijeron muchas cosas”.
“Pinet
alargó sus fuertes brazos y la atrajo hacia su cuerpo. Angélica se dejó llevar.
Sin dejar de mirarse, el galán acercó lentamente su boca hacia la de ella”.
“Cuando
sus labios se rozaron, sintieron algo parecido a una descarga eléctrica que
atravesaba sus cuerpos. Fue suave pero intenso, dulce, puro, placentero,
celestial”.
“Después,
él la abrazó contra su pecho y así estuvieron hasta que Angélica reaccionó
asustadiza, pero no por lo que había sucedido, sino por si alguien pudiera
haberles visto. Primero miró hacia la casa y después en todas las direcciones.
Parecía todo en orden, pero al mismo tiempo que suspiraba, volvió su cara para
decirle a Pinet con preocupación: ¿Nos habrán visto? ¡Si se enterara mi
padre…!”.
“No te
preocupes, de eso me ocupo yo. -dijo el bandolero- “.
“A partir
de ese día, José Martorell, Pinet el bandolero, pasaba por la finca de La
Almiserá para visitar a su amada, con la asiduidad que sus preocupaciones le
permitían. Dos, o posiblemente tres, fueron sus puntos de contacto que les
permitían esconderse de cualquier amenaza de las que continuamente le
acechaban. Este milenario olivo, el algarrobo y quizás el acueducto que hay en
la rambla de la parte norte de la finca”.
“La
enamorada Angélica pasaba los días esperando ser visitada”.
“El
romance duró solo unos meses, ya que, engañado por una promesa de amnistía,
Pinet se presentó en el cuartel de la Guardia Civil de Cocentaina (hay quien
dice que fue en el de Tibi, incluso que fue capturado en la localidad
valenciana de Llaurí), desde donde fue llevado a una cárcel de Málaga y después
al penal de Ceuta. Allí murió en 1909 con 41 años”.
“Durante
el tiempo que duró el idilio, jamás fue molestado ni importunado por nadie, a
pesar de que, con toda seguridad, los padres de la joven y todos los campesinos
que en el lugar trabajaban, conocían el amorío de la pareja. Pinet era
conocido, respetado y temido, y ya en una ocasión le dijo a Angélica: ¡De eso
me ocupo yo! Y seguro de que se ocupó”.
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