miércoles, 8 de enero de 2025

Enterramiento de los “albats” o mortichuelos.

Existía en el antiguo Reino de Valencia una tradición que perduró hasta principios del siglo XX, aunque en la década de los 50 e incluso 60 aún quedaban vestigios de la misma. 

Cuando se producía el fallecimiento de un niño menor de siete años (era la edad en la que se suponía que, a partir de ésta, el niño ya adquiría conocimiento), era costumbre realizar en la casa del fallecido un ritual llamado “el velatori de l’albat”.

Un albat era una criatura fallecida antes que tuviera uso de razón. Según el diccionario general de la lengua valenciana, la palabra “albat” proviene del latín “albatus” y su traducción al castellano es “vestido de blanco”. En otras partes se le llama “mortichuelo”.

Imagen de Macu García

En el año 1269, Martín de Azagra, en su obra “Llibre de la Cort del Justicia de Cocentaina”, ya nos habla del albat: “… interrogata si scit cuius erat l’albat, dixit/quod nesciebatus, set de ultimo qui decessus fuerat in Cocentaina” (… al preguntarle si sabía de quien era el albat, dijo que no sabía, salvo que el último había muerto en Cocentaina).

En 1585, Pere Joan Porcar en su obra “Coses evengudes en la ciutat y regne de Valencia”: “… Y fonch lo primer cos que soterrà un albat, fill de Gaspar Vidal…”

Constantí Llombar en sus “Poesies Valencianes” (1872), en varias ocasiones nombra al albat. Son varios los escritores y poetas que a través del tiempo y en sus obras escriben sobre el albat.

El novelista valenciano Vicente Blasco Ibáñez describe esta costumbre levantina en su novela de 1898 “La Barraca”.

Un magnífico artículo de Marta Gisbert en el periódico alicantePlaza del primero de noviembre del 2019 titulado “Imágenes de la coleccionista alcoyana Macu García” “Tots Sants y el ritual de los inocentes niños muertos o els albaets”, nos introduce de lleno en el ritual mortuorio de los albats. Los ilustrativos grabados y las fotografías de la colección de la alcoyana Macu, son toda una enseñanza histórica de la tradición valenciana de esos momentos… ¿tristes? ¿alegres? La moda de fotografiar a los niños muertos, en cuyas fotos parecían estar vivos. Las prendas utilizadas para vestir a los difuntos. El adornado del mismo y su alrededor.

    Imagen de Macu García

Se decía que esa tradición se veía como un buen presentimiento o augurio y era motivo de alegría, por ese motivo se cantaba y bailaba en la casa del fenecido. Se tiene constancia desde principios del siglo XX de la “Dansa del velatori”, coplas y baile acompañados de los instrumentos típicos de cuerda y todo se realizaba tomando licores, pastas, cacaus, tramusos y gotets de vi. Una de las coplas hace alusión a ello cuando dice: “L’alegria d’esta nit/ per a tots ens ha arribat/ no ens l’ha donat el vi/ sinó des del cel l’albat”.

En 1775, el obispo de Orihuela solicitó a la Audiencia del Reino de Valencia que ordenara una compostura y dignidad en estos velatorios, ya que en ellos se juntaban hombres y mujeres durante dos o tres noches y realizaban “… chanzas, invectivas y bufonadas contrarias a la modestia y consideraciones cristianas que presentan la muerte de un hijo; y después se baila hasta las dos o tres de la mañana, en que se retiran, alborotando las calles con gritería, relinchos y carcajadas...”

alicantePlaza (01/11/2019) Artículo de Marta Gisbert

La Audiencia tuvo en cuenta la protesta del obispo, prohibiendo las máscaras y los bailes con motivo de los velatorios de los albats. La orden rebajó los excesos del rito, pero el canto y el baile continuaron celebrándose.

Entre los años 1862 y 1871, los franceses, Gustave Doré y el barón Davillier, realizaron una serie de viajes por España. En uno de ellos pasaron por Jijona. Esto es lo que nos dicen: «En Jijona presenciamos un rito fúnebre que nos sorprendió. Íbamos por una calle cuando escuchamos sonidos de guitarra, bandurrias y repique de castañuelas. Nos asomamos por la puerta entreabierta de una casa de labradores, al creer que celebraban una boda. No era así (…) todo estaba dedicado a un niño muerto (...) Una pareja joven en traje de fiesta de los labradores valencianos danzaba una jota tocando castañuelas, mientras los músicos e invitados, que formaban círculo alrededor de los danzantes, los animaban cantando y dando palmas».

Yo mismo recuerdo un día a principios de los años 60 del pasado siglo, tendría 6 o 7 años. Vivía en el Tossalet, en la partida de Mediases de Villajoyosa. En una familia vecina falleció el pequeño de sus hijos de unos pocos meses, el padre se desplazó con su bicicleta hasta Villajoyosa para comprar y traer un pequeño ataúd de color blanco. Amortajaron el pequeño cadáver con ropas muy blancas y lo pusieron con su caja encima de la mesa. Llegado el momento de llevarlo a la iglesia de la Ermita y de allí al cementerio, buscaron cuatro niños para que llevaran el féretro. Nos dijeron a mi hermano y a mí si queríamos ser dos de los portadores, pero mi madre se negó rotundamente. Si yo estaba estremecido y asustado por el fallecimiento, mi hermano más, pero ese acontecimiento se me quedó grabado para el resto de mis días.

Pero había otra clase de albats o enterramientos infantiles de los que existen noticias desde tiempos de los íberos, pasando por todas las épocas hasta llegar a la actual.

En diferentes partes de la península ibérica, sobre todo en la región valenciana, los abortos y los neonatos o niños nacidos que fallecían antes de ser bautizados, era costumbre enterrarlos en la propia vivienda en lugares habitacionales. Esta tradición se mantuvo hasta principios del siglo XX.

Finca de los Sirvent Onoll en la Rancallosa de Relleu

Conozco muy de cerca el caso de una familia de Relleu, ocurrido entre finales del siglo XIX y principios del XX.

Esta familia campesina formada por el matrimonio Sirvent Onoll, tenía su vivienda habitual en la partida de la Rancallosa de la misma villa de Relleu (actualmente aún existe), en esa gran masía nacieron los siete hijos que perduraron, además de dos abortos y otro que nació muerto.

Tal como era la costumbre, los tres seres sin vida fueron enterrados en el centro de una de las habitaciones de la casa. Actualmente siguen allí. La habitación mantiene las mismas losetas del suelo que había en esos momentos y en el centro, cuatro preciosos azulejos diferentes a los demás señalan el lugar donde reposan los cuerpos de tres entes que en su momento se transformaron en tres ángeles.

Lugar donde están enterrados los albats en la masía de Relleu

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