Existía en el antiguo Reino de Valencia una tradición que
perduró hasta principios del siglo XX, aunque en la década de los 50 e incluso
60 aún quedaban vestigios de la misma.
Cuando se producía el fallecimiento de un niño menor de siete
años (era la edad en
la que se suponía que, a partir de ésta, el niño ya adquiría conocimiento), era costumbre realizar en la casa
del fallecido un ritual llamado “el velatori de l’albat”.
Un albat era una criatura fallecida antes que tuviera uso de
razón. Según el diccionario general de la lengua valenciana, la palabra “albat”
proviene del latín “albatus” y su traducción al castellano es “vestido
de blanco”. En otras partes se le llama “mortichuelo”.
En el año 1269, Martín de Azagra, en su obra “Llibre de la
Cort del Justicia de Cocentaina”, ya nos habla del albat: “…
interrogata si scit cuius erat l’albat, dixit/quod nesciebatus, set de ultimo
qui decessus fuerat in Cocentaina” (… al preguntarle si sabía de quien era el albat, dijo
que no sabía, salvo que el último había muerto en Cocentaina).
En 1585, Pere Joan Porcar en su obra “Coses evengudes en
la ciutat y regne de Valencia”: “… Y fonch lo primer cos que soterrà
un albat, fill de Gaspar Vidal…”
Constantí Llombar en sus “Poesies Valencianes” (1872),
en varias ocasiones nombra al albat. Son varios los escritores y poetas
que a través del tiempo y en sus obras escriben sobre el albat.
El novelista valenciano Vicente Blasco Ibáñez describe esta
costumbre levantina en su novela de 1898 “La Barraca”.
Un magnífico artículo de Marta
Gisbert en el periódico alicantePlaza
del primero de noviembre
del 2019 titulado “Imágenes de la coleccionista alcoyana Macu García” “Tots
Sants y el ritual de los inocentes niños muertos o els albaets”, nos
introduce de lleno en el ritual mortuorio de los albats. Los
ilustrativos grabados y las fotografías de la colección de la alcoyana Macu,
son toda una enseñanza histórica de la tradición valenciana de esos momentos…
¿tristes? ¿alegres? La moda de fotografiar a los niños muertos, en cuyas fotos
parecían estar vivos. Las prendas utilizadas para vestir a los difuntos. El
adornado del mismo y su alrededor.
Imagen de Macu García
Se decía que esa tradición se veía como un buen
presentimiento o augurio y era motivo de alegría, por ese motivo se cantaba y
bailaba en la casa del fenecido. Se tiene constancia desde principios del siglo
XX de la “Dansa del velatori”, coplas y baile acompañados de los instrumentos
típicos de cuerda y todo se realizaba tomando licores, pastas, cacaus, tramusos
y gotets de vi. Una de las coplas hace alusión a ello cuando dice: “L’alegria
d’esta nit/ per a tots ens ha arribat/ no ens l’ha donat el vi/ sinó des del
cel l’albat”.
En 1775, el obispo de Orihuela
solicitó a la Audiencia del Reino de Valencia que ordenara una compostura y
dignidad en estos velatorios, ya que en ellos se juntaban hombres y mujeres
durante dos o tres noches y realizaban “… chanzas, invectivas y bufonadas
contrarias a la modestia y consideraciones cristianas que presentan la muerte
de un hijo;
y después se baila hasta las dos o tres de la mañana, en que se retiran,
alborotando las calles con gritería, relinchos y carcajadas...”
alicantePlaza (01/11/2019) Artículo de
Marta Gisbert
La Audiencia tuvo en cuenta la protesta del obispo,
prohibiendo las máscaras y los bailes con motivo de los velatorios de los albats.
La orden rebajó los excesos del rito, pero el canto y el baile continuaron
celebrándose.
Entre los años 1862 y 1871, los franceses, Gustave Doré y el
barón Davillier, realizaron una serie de viajes por España. En uno de ellos
pasaron por Jijona. Esto es lo que nos dicen: «En Jijona presenciamos un
rito fúnebre que nos sorprendió. Íbamos por una calle cuando escuchamos sonidos
de guitarra, bandurrias y repique de castañuelas. Nos asomamos por la puerta
entreabierta de una casa de labradores, al creer que celebraban una boda. No
era así (…) todo estaba dedicado a un niño muerto (...) Una pareja joven en
traje de fiesta de los labradores valencianos danzaba una jota tocando
castañuelas, mientras los músicos e invitados, que formaban círculo alrededor
de los danzantes, los animaban cantando y dando palmas».
Yo mismo recuerdo un día a principios de los años 60 del
pasado siglo, tendría 6 o 7 años. Vivía en el Tossalet, en la partida de
Mediases de Villajoyosa. En una familia vecina falleció el pequeño de sus hijos
de unos pocos meses, el padre se desplazó con su bicicleta hasta Villajoyosa
para comprar y traer un pequeño ataúd de color blanco. Amortajaron el pequeño
cadáver con ropas muy blancas y lo pusieron con su caja encima de la mesa.
Llegado el momento de llevarlo a la iglesia de la Ermita y de allí al cementerio,
buscaron cuatro niños para que llevaran el féretro. Nos dijeron a mi hermano y
a mí si queríamos ser dos de los portadores, pero mi madre se negó
rotundamente. Si yo estaba estremecido y asustado por el fallecimiento, mi
hermano más, pero ese acontecimiento se me quedó grabado para el resto de mis
días.
Pero había otra clase de albats o enterramientos infantiles de los que existen noticias desde tiempos de los íberos, pasando por todas las épocas hasta llegar a la actual.
En diferentes partes de la península ibérica, sobre todo en la región valenciana, los abortos y los neonatos o niños nacidos que fallecían antes de ser bautizados, era costumbre enterrarlos en la propia vivienda en lugares habitacionales. Esta tradición se mantuvo hasta principios del siglo XX.
Finca de los Sirvent Onoll en la
Rancallosa de Relleu
Conozco muy de cerca el caso de una familia de Relleu, ocurrido
entre finales del siglo XIX y principios del XX.
Esta familia campesina formada por el matrimonio Sirvent
Onoll, tenía su vivienda habitual en la partida de la Rancallosa de la misma villa de Relleu (actualmente
aún existe), en esa gran masía nacieron los siete hijos que perduraron, además
de dos abortos y otro que nació muerto.
Tal como era la costumbre, los tres seres sin vida fueron
enterrados en el centro de una de las habitaciones de la casa. Actualmente
siguen allí. La habitación mantiene las mismas losetas del suelo que había en
esos momentos y en el centro, cuatro preciosos azulejos diferentes a los demás
señalan el lugar donde reposan los cuerpos de tres entes que en su momento se
transformaron en tres ángeles.
Lugar donde están enterrados los
albats en la masía de Relleu
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